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Ruta de los Molinos (Cuevas)

La única manera de acceder en vehículo al pueblo riosellano de Cuevas es a través de una cueva de doscientos cincuenta metros de longitud.

Para quienes no tenemos por habitual llegar a nuestra localidad de residencia tras haber atravesado una cueva plagada de estalactitas y estalagmitas, la salida al otro lado, al bucólico valle, con río incluido, en el que está asentada la localidad de Cuevas constituye todo un espectáculo, tanto que no pudimos sustraernos a la tentación de hacerlo por dos veces, primero en coche y luego caminando.

Aunque la experiencia, por sí sola, ya justificaría el viaje, aún tendremos ocasión de disfrutar de las maravillas que esconde este lugar si decidimos seguir la ruta que aquí iniciamos: una caminata al lado de un arroyo que en otro tiempo albergó varios molinos harineros; una visita al caserío de Tresmonte, la ascensión al Collado Moru, desde donde se pueden contemplar unas inolvidables vistas panorámicas de la costa de Ribadesella y su entorno...

Características
  • Tipo: circular
  • Dificultad: ▲▲▲▲
  • Itinerario: Cuevas - Tresmonte - Collado Moru- Nocedo - Cuevas
  • Señalización: buena
  • Sendero homologado: PR AS-58.1 (+ variante)
  • Distancia: doce kilómetros
  • Duración: de tres horas a tres horas y media

Situación y distancias


Distancias por carretera a Ribadesella, capital del concejo del mismo nombre

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Cómo llegar al punto de partida

En Ribadesella, cruzaremos el puente sobre el Sella y nos dirigiremos hacia Cuevas, localidad que se encuentra a unos siete kilómetros de la capital del concejo. Nada más atravesar la cueva de acceso, encontraremos un aparcamiento donde podremos dejar nuestro vehículo (ver mapa). Si podemos vencer la curiosidad, lo mejor es esperar a la vuelta para contemplar la cueva con mayor detenimiento.












Tras cruzar el inverosímil acceso, Cuevas nos acoge con una estampa bucólica: al pie de las montañas y a orillas del Sella se alza un caserío muy bien cuidado con una buena colección de hórreos. Una vez que dejamos las últimas casas, nos adentramos por un camino ancho que pronto nos conducirá hasta la misma orilla del río, donde no resulta extraño encontrarnos con alguna que otra piragua impulsada por entusiastas navegantes.



Cuando las embarcaciones desaparecen, el agua se remansa y el melodioso silencio de la montaña se hace dueño del momento.

Poco a poco, casi sin darnos cuenta, el valle se va estrechando y la vegetación se hace más frondosa. El camino gana pendiente y pierde anchura. La luz se cuela entre la espesura.












No tardando empezaremos a ver un molino tras otro. Aunque la mayoría están en ruinas, todavía hay algunos que se mantienen en pie, lo cual nos permite identificar las piezas situadas en el sótano o infierno: la rueda o rodezno, la puente o el árbol.














Cuando ya llevamos alrededor de una hora de caminata y tras superar un último repecho llegamos a Tresmonte, lugar de nacimiento de Manuel Fernández Juncos quien a mediados del siglo XIX, siendo un niño emigró a Puerto Rico donde adquirió fama y notoriedad como poeta y periodista, distinguiéndose por su defensa del español una vez que la soberanía de la isla pasó a manos de los Estados Unidos.














Abandonamos Tresmonte contemplando el camino que hemos seguido en la subida. Según nos informaron en la aldea, tenemos tres opciones para el regreso: a) volver por donde hemos venido; b) subir por la carretera y tomar una desviación a la derecha que nos llevará de manera cómoda y rápida a Cuevas; c) llegar hasta el collau Moru y continuar por una carretera sin apenas tráfico que pasando por Nocedo (Noceu) nos llevará hasta nuestro destino. Seguimos el consejo que nos dieron y ascendimos hasta el collado. Las vistas que allí nos encontramos bien merecieron la pena.




Después de saborear con detenimiento todo lo que desde allí se puede otear, después de fotografiar una y otra vez la ese del Sella bajo el puente, el caserío riosellano, el pico Mofrechu, el verde tapiz que toca el Cantábrico, iniciamos el descenso por una carretera tranquila y silenciosa por la que apenas pasan vehículos. Apenas dos kilómetros después llegamos a Noceu; y de allí, siguiendo siempre a la derecha, a Cuevas otro tanto.

Para el final nos queda la guinda: atravesar caminando, sin prisa, los doscientos cincuenta metros que el río se encargó de abrir para nosotros cuando no había quien contara el tiempo.













Para quienes no tenemos por habitual llegar a nuestra localidad de residencia tras haber atravesado una cueva plagada de estalactitas y estalagmitas, la salida al otro lado...

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